lunes, 31 de julio de 2017

LA NUBLADEZ

No entiendo a la gente que no le gusta los días nublados. El cielo es hermoso, quizás de lo más lindo que podemos apreciar cuando está en su celeste más fulgurante, pero los días nublados también tienen su encanto. La espesa capa de nubes en distintos tonos de grises se convierte en una especie de telón por el cual no se puede colar ni una rendija de sol. El cielo es celeste, pero ese telón impide verlo. Al igual que nuestro futuro. Sabemos que está ahí, pero no sabemos nada más. La nubladez. La verdad que no sé si esa palabra existe en el diccionario de la Real Academia Española ni tampoco sé si puedo utilizarlo con la excusa de la licencia poética, ya que creo que ese título, poético, no me corresponde. Sólo escribo. Volvamos a los días nublados, o a la nubladez. Linda palabra. Los días nublados tienen un halo de misterio que los vuelve atractivos, aún inconscientemente. Caminar en los días nublados es como caminar dentro de una novela de Sherlock Holmes. En una película ambientada en Berlín en plena guerra fría. Al contrario de las mayorías, pienso que los días nublados incitan más a la reflexión interna, a pensar, a leer, a encontrarse con uno mismo. No desde la autoayuda, sino desde lo más profundo de nuestras almas, siempre y cuando demos por hecho que el alma existe. ¿Será nuestra voz interna? El día, o los días nublados invitan a la tranquilidad. A pensar nuestras cuestiones existenciales. Son como silencios que nos gritan. La calma antes de las tormentas. La nubladez es la antesala de un día soleado. Es un freno en la vida ajetreada que llevamos. Un escape a nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestro espíritu. Es el punto y aparte en un párrafo que está por escribirse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario