La cotidianeidad se puede hacer literatura. Intento hacerlo. No prometo buen resultado.
sábado, 28 de julio de 2018
PISAR
Camino por el barrio. Pocas calles están asfaltadas. La tierra es el paisaje recurrente del lugar. En los días de calor se acumula el guadal. El barro viene con la lluvia o la rotura de un caño de agua, pero siempre se hace presente.
Los perros callejeros salen a mi encuentro , algunos ladrando, otros oliendo. Me asustan los grandes, desde niño, pero les hago frente y sigo caminando. Un grupo de muchachos está en una esquina con sus motos, charlando de la vida. Conocen a todos los vecinos y todos conocen a ellos. Los pienso y me pienso. Su realidad y mi realidad, tan lejos y tan cerca.
En las miradas se ve la dureza de su infancia, que no conozco pero puedo imaginar. No los juzgo, jamás lo haría porque yo en ese contexto sería como ellos, pero me tocó nacer en otro lugar. Los veo tranquilos , relajados, filosofando sobre la vida, el amor, el dinero, el barrio. Eso también es filosofía, aunque algunos le digan ‘’filosofía barata’’. No hay filosofía barata ni cara, hay filosofía. Sigo caminando y más allá veo un almacén. Entro. Me atiende una señora y le cuento lo que estoy haciendo allí. Ella me ve con calor y me regala una gaseosa. Me niego. Se que ella depende de esa gaseosa para llevar comida a su mesa, cosa que cuesta mucho hoy, pero ella insiste y me la regala. Terminó por aceptar el regalo y salgo pensando en una verdad irrefutable: los que menos tienen son los más solidarios. Son parte de una comunidad donde todos se conocen y se ayudan con lo básico, y uno, en el rato qué pasa en el lugar, también se vuelve parte. Creo que el momento clave es el primer mate que un vecino comparte conmigo: ya no hay vuelta atrás.
Entrar en una comunidad barrial establecida hace años nos es algo fácil porque es chocar con una realidad que uno no está acostumbrado a ver, ni palpar, ni pensar. Por eso la importancia del primer mate que cualquier vecino se digna a compartir. Es un símbolo de bienvenida a ese lugar que es propio. Ese es su mundo. Uno es quien debe adaptarse a esa tierra que ensucia los pies, a esos chicos en la esquina, a esos hombre de miradas duras y sinceras que se montan arriba de los carro tirados por caballos para ganarse el pan de cada día, porque ellos no viven, sobreviven.
Los más pequeños juegan en la calle, ajenos a la dureza con que la realidad los golpea. Ellos también sobreviven, y cuando crezcan, continuarán el oficio de sus padres y madres. El solo pensar en esa cronología de vida hierve la sangre. ¿Por qué tanta marginación? ¿ Cuál es su pecado?
Este barrio se encuentra a solo 20 cuadras del centro de la ciudad. Está allí. Es parte de la ciudad donde crecí.
¿Por qué son ignorados por la sociedad?
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