martes, 23 de marzo de 2021

ENTES

El mate empieza a correr y la espalda no da tregua en el dolor. Otro día está comenzando. 
 Otro día en el cual soy un engranaje en una maquinaria que me trasciende, me invade y me transforma como toda trascendencia.
  Miro por la ventana. No llueve. 
  El perro que acompaña mis días espía por el vidrio y siento el amor en su mirada. Las personas pasan ante mis ojos mientras el agua caliente corre por mi garganta y pienso que todos y todas somos piezas de esa maquinaria infernal que nos transforma en entes de rendimiento, actuando como cosas vacías, casi autómatas, salpicados con destellos de distracciones que asociamos a la felicidad. 
 Todo está pensado para ser entes reemplazables en casos de no rendir lo que la máquina pretende que rindamos.  
 Somos intercambiables y, sobre todo, invisibles. Y la máquina lo sabe. Nuestro rol se ha transformado en sustancia. 
 El imperativo categórico ha dejado de ser moral y abstracto para dar paso al imperativo de la praxis, una praxis mundana, aburrida, basada en la productividad.
  Poco a poco nos vacían de contenido, de preguntas, de asombro y de imaginación, pero, sobre todo, nos convierten en entes sin compromiso con las cuestiones que son hacen humanos. 
  El único compromiso que conocemos es el económico.

lunes, 22 de marzo de 2021

EXISTENCIA

Suena una guitarra. Las voces desafinadas anuncian la felicidad efímera que entregan las compañías y el alcohol. ¿Cúal será el motivo de la velada barrial? Lo que si está claro es que por un momento se olvida la penuria intrínseca que acompaña el existir. La mañana. El rocío cubre el pasto que comienza a sentir el advenimiento del otoño. El sol que apenas se asoma en el urbano horizonte y sus rayos, tímidos, se diseminan por las calles, las plazas y los pasajes angostos. Dentro, el agua caliente del termo llena un mate que invita a la reflexión. Deseado momento entre la vorágine rutinaria, sirve como un bálsamo al mar embravecido que inunda el alma y hace temblar las estructuras presentadas como inamovibles. Se podría trazar un paralelismo con el Abraham de Kierkegaard, ese hombre de carne y hueso elegido por Dios y sometido a su voluntad, que acepta silencioso los designios del altísimo. Lleva sobre sus hombros el peso de Dios y camina en su silencio. Afuera, un hombre pasa caminando, llevando el mismo peso. Quien escribe estas líneas también, solo que tanto en esos hombros como en estos, no hay Dios, hay existencia.