Un hombre está parado frente a un paredón bajo el sol de domingo a media
mañana. Detrás de la estructura hay
tumbar. Fuera del paredón (detrás de nuestro observador), hay una placita donde
un grupo de chicos está jugando al básquet y más allá, un perro está oliendo el
pasto que recién se ha secado.
‘’ Curiosa paradoja’’ piensa.
‘’Un domingo de pascua, de resurrección. Estoy parado cerca del límite
entre la vida y la representación terrenal de la muerte. Todos los chicos que
están disfrutando del día soleado mientras juegan básquet van a terminar detrás
del paredón.
Una vez allí, ninguno lo cruzará
nuevamente, al igual que quienes ya están allí.
‘’ Domingo de resurrección, pero
solo Jesús de Nazaret resucitó ¿vale la pena darle nombre a un día por un solo
resucitado en la historia?’’
Nuestro hombre sigue observando el
límite que marca el paredón que separa la plaza de las tumbas; límite que, por
el momento, no está dispuesto a cruzar, pero esa situación escapa a sí. Él está
deseando jugar al básquet con aquellos chicos.
‘’Jesús fue un hipóstata ¿Qué habrá
pensado y sentido desde su crucifixión hasta su resurrección? ¿Con quién habló?
¿A quién vió y qué hizo en esos 3 días de misterio?’’
He aquí la importancia de la resurrección.
Jesús ha transitado los 2 mundos, ha pisado los 2 terrenos e hizo un doble
viaje. Nació, fue muerto en la cruz, resucitó y regresó a aquel mundo. El
Cristo tiene un pie acá y un pie allá.
‘’Si’’ concluye nuestro hombre
mientras emprende el regreso a su casa.
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