‘’ ¡Pan casero! ¡Donas!’’
grita el vendedor mientras transita la ciclovía circundante.
¿Habrá vendido algo? Si está allí una tarde de sábado de gloria es porque tiene demanda para lo que ofrece, pan casero y donas. Así funciona el mundo.
Patos negros se mueven por el agua buscando su comida.
Las personas en la orilla pasan la tarde entre
mates y charlas ¿De qué estarán hablando?
Por un extraño fenómeno acústico, las voces no
se oyen, por lo que pareciera que hablan en silencio mientras mueven la boca y
hacen muecas con sus caras. Lo que si se oye es un fuerte silbido llamador tras
el cual un perro pasa corriendo. Parece que es cachorro.
Niños y adultos están erguidos en la orilla
del lago, cada uno con su caña de pescar en su mano esperando con paciencia
infinita que las boyas se hundan en el agua por la que antes circulaban los
patos negros, cosa que no sucede, y si lo hace es demasiado esporádico como
para animarse a decir que hay pique. Los patos se adelantaron y parece que
tuvieron éxito.
Una persona cruzada de piernas observa estas
escenas que se suceden ante sus ojos y escucha el sonido silencioso del atardecer.
Está allí. Podría no estarlos sin ser testigo de todo lo visto y oído que de
todas maneras ocurriría.
El único testigo imperturbable es aquel puente
que se divisa a lo lejos sobre una bifurcación del lago.
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