El fracaso sigue intacto. Al igual que el célebre retrato de Dorian Gray, no presenta arrugas, ni grietas, fisuras o retrocesos. Está allí, anclado en cada interioridad humana, colonizando todos los espacios del alma.
Son muy pocas las personas en el mundo que sienten que su vida
está en plenitud. La angustia existencial provoca una sensación de vacío que se
llena con el sentimiento de fracaso constante.
El sistema de creencias y valores que la humanidad ha construido
y al cual se ha auto – sometido provoca una tensión permanente entre la
monotonía propia de la vida y la sensación de felicidad alcanzable que nunca
llega a concretarse.
El sentimiento de fracaso
se extiende por los recovecos interiores sin detener su marcha, y lleva a cada
individuo hacia un desierto existencial en el cual los pies se queman al calor
de la nada.
Las tormentas de arena se suceden con mayor frecuencia que
los descansos en oasis de aguas cristalinas y sombras de palmeras que
representan la efímera felicidad del caminante en su transitar terrenal.
El tiempo es cruel con el ser humano. Lo condiciona, lo
encierra, lo hace caer en la lógica de la inmediatez, haciéndole creer que lo
importante debe hacerse rápido. Nada importante sucede rápido. La crueldad
temporal no termina allí. La vida terrenal es muy corta para la magnitud del
tiempo. La existencia humana podría representarse en extensión como un renglón de
la Biblia. Muy poco para poder alcanzar la felicidad que se vende como una
mercancía alcanzable.
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