No sé de dónde viene la animadversión hacia la música de los grillos. Por suerte, por azar o incluso por voluntad de los grillos, en mi casa hay muchos y están distribuidos tanto en el interior como en el exterior, y cantan. Cantan mucho.
Por alguna razón desconocida, el canto del
grillo provoca impaciencia, estrés y enojo, al punto tal de buscar con cierto
descontrol la ubicación precisa del grillo, fuente sonora de malestar, para
matarlo y así, silenciarlo.
Silencio que se manifiesta durante las horas
de luz. Paradójicamente, los grillos relacionan, en contraste con el ser humano,
la luz con el silencio. Nosotros, como seres humanos, relacionamos al silencio
con la oscuridad de la noche.
Quizás por eso, me atrevo a decir, que se
busca silenciar a ese pobre insecto musical.
Existe un choque natural, un choque de ánimas
entre la noche silenciosa humana y la musical de los grillos.
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